EL DESEO LATENTE
Primer día de clase. Hablamos sobre el deseo, la motivación, objetivo, móvil, necesidad dramática, o todo sinónimo que implique aquello que quiere conseguir el personaje y, que suele ser indispensable al desarrollo de la trama.
Un alumno pregunta si este deseo debe estar presente o puesto en evidencia en todas las escenas que escribimos.
El personaje puede tener un deseo preexistente al momento en que lo ubicamos en un presente determinado, el que vemos en pantalla. Es decir que, al empezar el filme, ya acarrea con esa fuerza interna. O puede adquirirlo en pleno relato y desarrollarlo.
En ambos casos, el espectador conoce o intuye la presencia de ese anhelo, que se irá sosteniendo con el devenir de los hechos.
Para dar un ejemplo me refiero al aula. Alli tienen, a largo plazo, el deseo de ser guionistas. Esa meta está presente en cada acto, cada clase, y aún fuera de clase (lo que sería un fuera de campo). Es la llama que titila a lo lejos, la línea del horizonte.
Para lograr ese objetivo, uno de los pasos sería terminar el curso de Guión. Dicha instancia lo iría acercando hacia aquel horizonte futuro.
Sobre aquel deseo a largo plazo, surgen deseos o necesidades cotidianas.
El alumno se anota en el curso. En las primeras escenas expone (exposición) su deseo de aprender el oficio para llegar a ser guionista.
Luego, esa información la obviamos, la elipsamos. El espectador ya intuye hacia dónde quiere ir el personaje.
Pero en el aula podrían ocurrir algunas situaciones: se ausenta el docente, se incendia el lugar, aumentan la cuota. O tal vez el propio alumno tenga problemas internos, o en su casa, con su mujer, su familia, su trabajo. O quizás el personaje se enamora de una compañera de aula, casada con tres hijos, y su deseo parece alejarse del arte de la escritura, para aferrarse a conseguir el amor de esa mujer. Ahí se abre una trama inesperada que parece hacernos olvidar de aquel deseo.
Pero todos sabemos que ese deseo sigue ahí, atrincherado, latente.
Y surgen nuevas necesidades por resolver esos dilemas. La resolucion gradual de los mismos irá desarrollando un drama (del griego: acción), que iremos viendo con el correr de las escenas hasta llegar a su fin.
Siguiendo al personaje, hará lo que sea para conquistar a la chica.
Desde el momento en que expone ese deseo a la chica, todos nos enteramos, espectadores y chica. Entonces, las escenas subsiguientes estarán teñidas de aquella tensión o energía motriz. Desde el guión, a veces sacamos adelante ese motivo. Y luego, lo escondemos. Pero sigue estando presente.
Imagino una consola de sonido. Por ejemplo, tenemos un instrumento que marca el leit motiv, un riff, o determinada melodía. A veces decidimos ecualizarla, bajando su volumen para dar entrada a otro instrumento. Por más que bajemos el nivel de aquel motivo principal, sabemos que está presente y esperamos que cada tanto vuelva. Persiste, está en nuestra percepción.
¿Vieron en la ruta, las señales de caminos? Uno sabe que va a Mar del Plata. Ve un primer cartel que dice cuánto falta. Luego, durante kilómetros, no vemos ninguno (pensemos que en este caso no tenemos GPS). Uno pareciera olvidar que va hacia aquel destino. Pero de pronto aparece otro cartel que indica que faltan menos kilómetros y que seguimos en la ruta. Luego, por más peripecias que ocurran y señales que falten, el objetivo del viaje sigue vigente, a no ser que se evidencie un cambio de ruta o se justifique un detenerse y terminar antes el periplo.
El deseo viene a instalar, entre otras herramientas, las reglas del juego, un código con el espectador para ubicarlo en el contexto de la obra. Si no hay deseo, pasión, energía creadora, dificilmente tengamos un drama solvente. Todos deseamos algo, buscamos. Y en algún momento decidimos accionar para obtenerlo.
Seguramente, el personaje tendrá dificultades para lograr su objetivo. Tomará conciencia de ello y decidirá afrontarlo o evadirse. Toda situación que atraviese dicho personaje se nutre -aunque en algunos momentos no se ponga de relieve-, de la energía de aquel deseo y su conflicto. A veces a un nivel subtextual o subyacente. En esos momentos el espectador participa de modo activo. Y completa los espacios vacíos, aprovechando la información que se le ha dado desde el inicio.
Ocultar es un arte, saber dosificar, dar y quitar.
-Toco y me voy- me dijo una vez mi maestro, José Martínez Suarez.
Por eso mismo, tras estas breves palabras, hago un touch and go. Pero regresaré para seguir fabulando en los intringulis de nuestro querido y sinuoso cinema.
Tal vez puede sonar obvio lo que estoy modulando. Pero tuve que responder a la inquietud de un alumno. Como suele ocurrir en la docencia, cada inquietud genera en el docente el triple de inquietudes. Si mi respuesta lo conforma, feliz de él.
A mí, me multiplica de preguntas. En esto radica la aventura de dar clases, en la contínua reformulación de lo que suponemos saber.