INTRO...

El Guión de Cine. Su escritura. Su enseñanza. Sus opciones y padecimientos.En este espacio virtual reflexionaré libremente sobre este oficio.También pondré algunos de mis dibujos y otras rarezas que me entretienen.

Espero recibir opiniones, consultas, dudas, críticas y comentarios que nos acerquen al Cine en su etapa iniciática: la del texto escrito, la imagen-sonido cristalizada desde la que se activa el sueño de un filme.

¡Gracias por visitar este blog!


Co-guionista del film “Buena Vida Delivery”, ganador del premio Mejor Film y Mejor Guión en el Festival Internacional de Mar del Plata, y Mejor Film en Festival de Toulouse, Francia.

Realizador y guionista del documental “After Shakespeare”, estreno mundial del testamento de William Shakespeare sobre un escenario de teatro.

Co-escribió guiones de largometraje junto a diversos directores: Leonardo Di Cesare; Armando Bo; Pablo Nisenson; Néstor Montalbano; Marina Gerosa; Juan Chappa (Venezuela); Oscar Azula (Colombia).

Supervisor script-doctor de guiones de: David Belmar ("El Origen del Cielo", Chile); Juan Pablo Roa (Colombia); Alejandro Magnone ("Subte-Polska", Argentina); entre otros.

Trabajó como guionista televisivo.

Escribió algunas piezas teatrales, entre ellas "Bonsai", que además puso en escena.

Docente y consultor de Guión, en taller particular. Ha ejercido en diversas instituciones y escuelas de Cine:

CIC (Centro de Investigación Cinematográfica) ; CFP/SICA (Sindicato de la Industria Cinematográfica Argentina); Centro Cultural Ricardo Rojas-UBA; Escuela ORT.); CIEVYC (Centro de Investigación y Experimentación en Video y Cine); Escribir y Hacer Cine; Punto Cine; etc.

Egresado del ENERC (INCAA. Carrera de Dirección de Cine) y la EMAD (Escuela Municipal de Arte Dramático. Carrera de Dramaturgia).

Cursó estudios con: José Martínez Suárez (guión de cine), Mauricio Kartún y Ricardo Monti (dramaturgia), María Inés Andrés, Cecilia Guerty y Jorge Leyes (guión de TV), Rubén Szuchmacher (puesta en escena), Eduardo Rodríguez Arguibel y Pablo Razuk (actuación). Concurrió al Seminario de Guión “Story”, dictado por Robert Mc Kee.


jueves, 25 de marzo de 2010




EL PROBLEMA CON LOS FINALES:

En una ocasión, una alumna se quejaba:

-“Me cuesta encontrarle un final a mi guión. Tengo problemas con los finales”…

Su inquietud, me inquietó. Tuve que alentarla a que no se desanime y siga buscando, indagando, probando alternativas. Pero por dentro pensaba que, en mi caso, el problema de encontrar finales se multiplica en varios espectros, llamémosle fantasmas. No sólo me acosa el temor a no poder cerrar un argumento. Me aterra pensar en los comienzos o planteamientos y en su posterior desarrollo, esa maldita parte media del común de las estructuras donde el autor debe profundizar los conflictos y enterrarse en el barro del propio material, que suele presentarse de modo inmaterial, inasible y desalmado, un ensamble de ideas y abstracciones que tanto nos cuesta poner en escena.

Pensando en el tan anhelado The End, los hay de todo tipo y alcurnia. Finales abiertos, cerrados, imprevistos, sutiles, explicativos, redundantes, fundidos, confusos y confundidos.

Entre los cierres famosos figura el de “Casablanca” con aquella frase que Rick-Bogart lanza al policía Renault-Claude Rains:

RICK: Louis, presiento que éste es el comienzo de una hermosa amistad…(Luego, pasamos a un fade a negro y fin de la historia).

O el último plano de “Some like it hot” (“Con faldas a lo loco” o “Una Eva y dos Adanes”), guión de Billy Wilder y su copiloto I.A.L.Diamond…

Jerry-Daphne (o sea, Jack Lemon vestido de mujer) huye en una lancha con el millonario Osgood, quien, enamorado, cree que Jerry es una dama:

JERRY: ¡No me comprendes! (Se arranca de un tirón la peluca; con voz de hombre) ¡Soy un HOMBRE!

OSGOOD: (Sin pararse a pensar) Bueno…nadie es perfecto…

Recordemos también el final de “Plata dulce”, escrita por Oscar Viale y Jorge Goldemberg, donde Julio de Grazia, preso, miraba la reja de la celda y decía con esperanzas que “Dios es argentino”…

Más allá de las frases famosas, el final de las películas debe sostenerse con la eficacia de las escenas propuestas. Sea cual fuere el formato o elección estética que se plantee, los últimos instantes de un film son su saludo de despedida.

En “Adaptation” o “El ladrón de orquídeas”, con guión de Charlie Kaufman, el personaje del profesor Mc Kee, “gurú”de guionistas, sentencia:

-Te voy a decir un secreto…el último acto hace la película. Impresiónalos al final y será un éxito. Puede tener defectos y problemas. Pero impresiónalos al final, y tienes un éxito. Encuentra un final. Pero no hagas trampa. Y no te atrevas a meter un Deus Ex Machina…

No viene al caso explicar el Deus ex machina. Cualquier web page lo aclararía mejor que uno. También podemos debatir si el consejo del “gurú” es atinado. Lo que es innegable es que hasta en Hollywood le temen a los finales y les cuesta concretarlos.

La gran pregunta es: ¿cómo encontrar un final eficaz? ¿en qué nos basamos? ¿en seguir la línea argumental que nos viene llevando desde el inicio del relato? ¿en algún destello de nuestra intuición? ¿en un momento inolvidable, quizás un gag o una frase “ganchera” como las que antes citamos? ¿cómo preveer la reacción del espectador? ¿es posible impresionarlo? ¿creemos que nos va a recordar por el último instante, o por el contenido de toda la trama?.

Sinceramente no tengo respuesta. Toda variable es posible. Esto es una reflexión, un pensar en voz alta. Tengo claro que una obra es una totalidad, y cada parte una pieza de la maquinaria. El final debe estar, dramáticamente, en función de la misma. Como drama es acción, lo único interesante es que genere movimiento, dinamismo, vida. Si la película vive, el espectador la acompañaría interesado.

Pero toda vida tiene un tiempo útil. Esto, tal vez, respondería a la inquietud de aquella alumna. A todos nos cuesta terminar una obra, si bien esperamos ese increíble momento de exclamar: ¡terminé!.

Creo que el hecho de ultimarla es, en cierta forma, matar el juego que venimos sosteniendo con ese texto, pieza, pintura, canción, o lo que estemos creando. Es como si la campana sonara diciendo: “Volvamos a la realidad. Se acabó el recreo.”


sábado, 6 de marzo de 2010


Situación docente:

Primer día de curso, nivel uno. Rompiendo el hielo. Propongo que los alumnos se presenten y cuenten sobre sí mismos, sus experiencias y expectativas en relación a la materia que nos compete.

Todo fluye naturalmente hasta que un joven, con cierta displicencia, plantea el asunto: - ¿Se puede filmar sin guión?"...

La pregunta genera silencio. El alumno pone a prueba al docente, situación natural en estas lides en las que el profesor debe ganarse la confianza del grupo y de cada uno de sus integrantes.

Respondo que suele haber algo de mito. El hecho de que algunos directores hayan filmado sin guión o libreto no marca ninguna pauta sino que se trata de “románticas” excepciones. El cine es un arte tan complejo y que involucra tantas voluntades, que sería suicida e irrespetuoso aventurarse sin al menos alguna estrategia previa, llámemosla "guión" o como quieran.

Si bien las variantes existen, en este caso mi función en el aula es pensar el Guión como un hecho posible y sumamente necesario (omití la palabra "indispensable" por diplomacia), tratando de defender nuestro objeto de estudio.

En unos minutos los alumnos terminan de presentarse y empezamos con la clase. Me viene a cuento aquello del guión como entidad “invisible, material de tránsito, de transición, etc etc", que Jean-Claude Carriere y otros sostienen con cierta melancolía. Concuerdo con ellos.

Los guionistas parecemos llorones, dirán que siempre nos quejamos. Pero el guión, en el contexto de un filme estrenado, es el último elemento en ser valorado y tomado en cuenta.

Pongo un ejemplo: en las instituciones que enseñan el Cine se hacen eventos de fin de año, donde los alumnos estrenan en público sus cortos y ejercicios. Todos pueden aplaudir, alabar,
defenestrar y regodearse con las tareas de actores y técnicos, cuya evidencia visual-auditiva es más que evidente.

¿Y el Guión?. Bueno, digamos que se infiere que existe un lindo argumento o historia que la gente sigue, de modo lineal o no. Eso les lleva a decir que el guionista ha sido efectivo.

Pero; ¿en el caso de los guiones que no han sido filmados? ¿Cómo hacemos los del curso de Guión para demostrar que, no solo existimos, sino que trabajamos y produjimos materiales?.

¿La solución sería el "cine leído"?. ¿Cada alumno de pie, frente a la pantalla en blanco, leyendo su texto por micrófono?. ¿Cuántos espectadores se quedarían a escucharnos y hacer el ejercicio de visualizar imaginariamente lo leído?.

Me consuelo en el hecho de que, justamente, esa "invisibilidad" del guión dentro del film proyectado, es su cualidad más valiosa.

Hay que lograr que el mismo no se note, que la vida de los personajes parezca un hecho casual, fortuito, que sucede sin que nadie lo haya programado. De esta ilusión de azar vive el séptimo arte. De que "no se le vean los hilos" que sostienen su andamiaje.

Para el iluminador o el sonidista es fácil pues encuadran el micrófono o el farol fuera de cuadro, y listo.

Pero el guión debe ocultarse más allá del encuadre. Porque hay texto en los cuerpos, las miradas, los objetos, los fuera de campo, las elipsis, los sonidos, hasta en el espacio de la sala donde establecemos contacto con la obra.

¡Cuánto resigna de su ego el guionista!. ¡Pero cuánto gana el cine con aquella supuesta "inexistencia"!. Se gana en ilusión persuasiva. Y nuestro cuento ficcional se vive, se cree.

Al fin de la clase, el aula queda vacía.El joven que había preguntado se me acerca y me dice:

- "Yo quiero dirigir un largo. Quería ver si usted podría asesorarme porque...tengo un guión escrito..."

martes, 2 de marzo de 2010




He dividido el curso de Guión en dos niveles: el Inicial, que sienta las bases y herramientas de trabajo. Y la Adaptación, donde el cine interactúa con otras ramas expresivas.

Al respecto, se me acercó una señora y me preguntó si yo dictaba la materia Guión II. Asentí y quiso saber en qué consistía.

-“En la práctica de adaptación”, contesté.

-“Ah, no”, dijo ella muy segura. “No es lo que busco. Yo hago cine de autor…”

Más allá de lo risible del caso y de las ínfulas de la posible guionista (que se jactaba de haber recibido un premio por un guión), la respuesta me intrigó. ¿Una adaptación no es autoral?.

¿No existe un trabajo de  re-invención, re-creación, transmutación,
que se resume en la acción, en el hecho mismo de transponer formatos?.

Desde mis frescos 17 años, cuando empecé a degustar del cine, vengo escuchando la sentencia del “cine de autor”. Definición que provoca reacciones y polemiza. No intento debatir. Creo que cada cual sabe si siente o desea adquirir el patrimonio autoral de un texto. Porque al hablar de film, en relación al texto, la supuesta autoría se multiplica en cientos o miles de seres que pasan a formar el status de película finalizada, mancomunada, estrenada.

Recuerdo un documental que vi en la Isla de Chiloé (Chile). Hablaba de las “mingas” (“minka”, en quechua), una hermosa acción de trabajo comunitario, solidario. En este caso puntual narraba la mudanza de una casa. Los vecinos agrupados ayudaban a uno de ellos a trasladar su vivienda. Con técnicas ancestrales la arrastraban hacia un terreno lindante cientos de metros, sin modificar su estructura edilicia. O como vimos que hacían los hamish en “Testigo en peligro”, de Peter Weir, cuando construían la casa. Todos empujaban, le ponían el hombro. Esto debería ser el cine, una “minga”. De hecho lo es.

Pero el concepto de autor, más allá de la presencia indispensable de alguien que toma las últimas decisiones, se extiende a la comunidad de seres que participan del evento.En una entrevista, el director Steven Soderbergh, agrega: “…siempre me he negado a que se escriba la frase “Una película de”, en los créditos de los filmes que he realizado, como muchos cineastas hacen hoy en día. Soy consciente de no ser el único que trabaja en la elaboración de un filme…”  (“Más lecciones de cine”. Laurent Tirard. Paidós Comunicaciones, 2008).

Tal vez resulta una obviedad o suene a demagogia. Pero es cierto que sin toda esa turma de artesanos invisibles, el cine y sus mentores jamás hubieran progresado. Si bien me formé gozando del cine "de autor", me permito pensar hasta dónde ese concepto es atinado.

No tengo respuestas y en el fondo es una discusión irrelevante. Importa la creación. La obra. El acto cristalizado.

El gran Ingmar Bergman, dijo: “…quiero ser uno de los artistas de la catedral que se alza en la llanura. Quiero ocuparme en hacer de una piedra una cabeza de dragón, un ángel o un demonio, o tal vez un santo, poco importa, pues siento la misma alegría en cualquier caso. Así sea yo creyente o ateo, cristiano o pagano, trabajo en construir en compañía de todos la catedral, porque soy artista y artesano, porque he aprendido a extraer de la piedra rostros, miembros y cuerpos. No tengo por qué inquietarme del juicio de la posteridad o de mis contemporáneos; mi nombre y mi apellido no están grabados en ninguna parte y desaparecerán conmigo. Pero una pequeña parte de mí mismo sobrevivirá en la totalidad anónima y triunfante. Un dragón o un demonio, o tal vez un santo, poco importa…”  (“Persona”. Ingmar Bergman. Ediciones Era. México, 1968).

Podemos aceptar o desoír su propuesta. Es evidente que su intención de anonimato falló. Nadie se olvida de este artista sueco . Aunque el futuro tal vez compendie su obra en un inmenso friso en el que sea tan sólo una anónima huella.